CUANDO EL CUERPO HABLA

HAY UNA VERDAD SILENCIOSA QUE A MENUDO OLVIDAMOS: NUESTRO CUERPO LO RECUERDA TODO.

Publicado por NEO SÁNCHEZ | 02/08/2025 | 5'
 

Hay una verdad silenciosa que a menudo olvidamos: nuestro cuerpo lo recuerda todo.

Cada roce no dado, cada emoción contenida, cada límite no expresado, queda impreso en nuestra piel, en nuestros tejidos, en nuestra respiración. Es una memoria sutil, muchas veces invisible, pero que influye en cómo amamos, cómo nos movemos, cómo respiramos, cómo confiamos.

Vivimos tiempos de desconexión. La mente va por un lado, el cuerpo por otro, y entre ambos hay un silencio incómodo. Un vacío donde la vitalidad se apaga y la presencia se disuelve. Sin embargo, hay un camino antiguo —y a la vez profundamente actual— que nos invita a volver al hogar: el tantra entendido como arte de encarnar lo sagrado en lo cotidiano.
 

 

Volver al cuerpo: una revolución silenciosa

En una cultura obsesionada con el rendimiento y la apariencia, volver al cuerpo desde la sensibilidad y la escucha es un acto radical. No para cambiarlo, ni moldearlo, ni corregirlo, sino para habitarlo con respeto. Para recuperar la inocencia del contacto, el valor de la lentitud, la intimidad sin máscara.

El cuerpo no es un vehículo para ir a otro lugar más elevado. El cuerpo es el lugar. No hay iluminación posible que ignore su sabiduría. Allí se encuentra todo lo que buscamos fuera: gozo, amor, verdad, poder, rendición. Pero no en forma de promesa idealizada, sino como una vivencia tangible, inmediata, a través del sentir.
 

El tacto como lenguaje primario

Antes de aprender a hablar, sabíamos tocar. El tacto fue nuestro primer idioma. A través de él supimos que existíamos, que éramos bienvenidos, que el mundo podía ser un lugar seguro.

Pero con el tiempo, muchos aprendimos a tocar con miedo, con culpa, con prisa. O a no tocar en absoluto. Y también a no ser tocados. El cuerpo entonces se tensa, se endurece, se protege. No porque no desee el contacto, sino porque no se fía.

Cuando alguien es tocado con verdadera presencia, algo profundo se desbloquea. No es una técnica. Es una actitud. Es la cualidad con la que una mano se posa sobre la piel, sin esperar nada, sin invadir, sin buscar. Simplemente estando. Y en ese “estar”, el cuerpo respira. Se afloja. Se entrega. Comienza a hablar.
 

Respiración, emoción y energía: un mismo tejido

No podemos separar lo físico de lo emocional, ni lo emocional de lo energético. En realidad, todo está entrelazado en una misma red viva.

La respiración es la llave. Es ella quien nos muestra si estamos presentes o ausentes. Una respiración superficial revela miedo o contención. Una respiración profunda permite sentir, expresar, vivir.

Cuando el cuerpo se siente seguro, la respiración se amplía. Y con ella, las emociones congeladas comienzan a moverse. A veces aparece una tristeza antigua. A veces, rabia retenida. A veces, puro éxtasis. Nada de eso necesita ser “solucionado”. Sólo necesita espacio para expresarse. Como si el alma dijera: “por fin me están escuchando”.

Y junto con la emoción, se activa la energía. No una energía abstracta, sino algo muy concreto: calor, vibración, cosquilleo, expansión. Una fuerza vital que estaba dormida y que, al ser convocada con respeto, comienza a circular de nuevo.
 

Sexualidad y espiritualidad: reencuentro necesario

Una de las heridas más profundas de nuestra cultura ha sido la separación artificial entre sexualidad y espiritualidad. Como si el placer y lo sagrado fueran enemigos. Como si el deseo fuera algo que debamos ocultar, reprimir o trascender.

Desde una mirada tántrica, la energía sexual no es un tabú ni un peligro. Es la materia prima de nuestra existencia. Es creatividad pura. Es expansión. Es la misma energía que da origen a la vida.

Cuando esa energía se reprime, se distorsiona. Cuando se integra, se vuelve medicina. No es necesario canalizarla hacia el sexo, ni convertirla en un ritual. Basta con dejar que se exprese libremente en el cuerpo, sin juicio. Puede manifestarse como una danza, como una carcajada, como una ola de calor, como un abrazo.

En esa integración, lo espiritual no está “arriba”. Está aquí. En la piel, en el vientre, en la mirada, en la respiración compartida. En el instante presente.


 

Escuchar sin querer arreglar

Uno de los mayores actos de amor es escuchar sin querer intervenir. No empujar, no forzar, no dirigir. Sólo estar. Con el cuerpo, con el corazón, con la respiración.

Muchas veces, cuando acompañamos a otro —ya sea desde el tacto, la palabra o la mirada— sentimos la tentación de “ayudar”, de llevarlo a algún lugar mejor. Pero eso es sólo el ego disfrazado de buena intención.

La verdadera sanación no viene de hacer. Viene de permitir. De confiar en que el otro ya tiene en sí todo lo necesario. Que nuestro único papel es sostener el espacio, recordar la dignidad, reflejar la belleza.

Es un arte. Y como todo arte, se cultiva con humildad, paciencia y presencia.
 

El cuerpo como camino espiritual

No necesitas viajar a la India ni sentarte en postura de loto para conectar con tu ser esencial. Basta con cerrar los ojos, poner una mano sobre el pecho, y escuchar.

Escuchar el latido. El pulso. El anhelo. La ternura.

Porque el cuerpo no es un obstáculo para lo espiritual. El cuerpo es la vía. Es templo y maestro. Es territorio sagrado. Y cuando lo tocamos con respeto, cuando lo habitamos con conciencia, lo que surge no es sólo placer o alivio… sino una profunda sensación de unidad. De pertenencia. De verdad.

Allí donde antes había desconexión, aparece la intimidad. Allí donde antes había juicio, brota la compasión. Y donde antes había olvido, nace la presencia.

No hay que hacer nada especial. Sólo detenerse. Respirar. Sentir. Tocar. Permitir.

Lo demás ocurre solo. Como un río que, al quitar las piedras, vuelve a fluir.
Como un cuerpo que, al ser mirado con amor, recuerda su verdad.

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Publicado por NEO SÁNCHEZ
02/08/2025
Facilito talleres de Tantra desde el año 2013 (4 años de formación), terapeuta de shiatsu desde el año 2009 y, aunque no ejerzo como tal, estoy formado en Rebirthing (2011-2012).
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