La ignorancia, como tantas otras características humanas, solo está presente en los demás. Como el egoísmo, como la falta de empatía, como tantas otras... Siempre está en l@s otr@s, en la gente, el mundo es ignorante. Tod@s sabemos que esto es así. En cambio, nosotr@s no, nosotros somos buen@s, siempre intentamos hacer lo mejor posible para el bien común y para el mundo. Mira, ¿ves? Esa persona está siendo egoísta. Puedo señalarlo con el dedo para que lo mires. Está fuera de mí, el egoísmo sale de esa persona, no es mía... es tan obvio.
Pero amig@s, después llega el encontronazo con la realidad. Tras un tiempo caminando por la senda de la auto observación y tras navegar por nuestros laberintos internos, llegamos al entendimiento de que solamente vemos afuera aquello que es parte de nosotros. No querremos aceptarlo al principio, aparecerá la conocida fase de negación de siempre, pero finalmente no nos quedará más que rendirnos a las evidencias internas y externas. Un niño no entiende cuando sus padres discuten, o cuando se besan, porque nunca ha sentido en su interior la atracción física o el amor de pareja y, por tanto, no es capaz de ver el amor o el desamor que hay detrás de esas escenas. Solo cuando crezca, llegue a la pubertad y pueda sentir en sus carnes la atracción por otras personas y el amor romántico es cuando podrá entender y poner nombre a aquellos comportamientos de sus papás. Ley de vida. Solo vemos afuera lo que llevamos dentro.
Y durante ese mismo aprendizaje entenderás que, si sientes conscientemente y con antención, integras, aceptas y abrazas alguna emoción o característica humana propia que has sido capaz de descubrir en ti mism@, entonces dejarás de verla en los demás. Podrás reconocerla en otr@, sí, porque sigue en ti en forma de recuerdo, pero ya no te hace daño, ya no la sufres. Y al no sufrirla ya no la juzgas, ya no existe la necesidad de señalarla, se ha desvanecido el impulso que antes tenías de criticarla, se fue la rabia que te hacía sentir.
Es por eso que cuando ves a una persona señalando esa misma característica en otr@ (o en ti mism@), solo ves en esa persona el recuerdo de lo que tú eras. No un enemigo, ni un ignorante, ni alguien que deba cambiar, que deba ser diferente o que deba ser mejor. Te ves ahí, reflejad@ en esa misma escena y se desvanece la barrera imaginaria que nos hace interpretarnos como seres separados. Te ves a ti haciendo lo mismo que tú hacías; eres tú, hace un tiempo, hace nada. Y entonces aparece el amor y la compasión, porque sabes que está sufriendo como tú sufrías. Y puedes mirarle sin superioridad, sin juicio, reconociéndole como una parte de ti mism@. Es tu igual manifestándose frente a ti, nada más.
Y es muy interesante cuando llegas al momento de integrar tu propia ignorancia, cuando atraviesas el proceso de mirarla de frente, de aceptarla, abrazarla y fundirte con ella. Es parte de ti, la reconoces como tal y dejas de rechazarla. Tras ese abrazo descubres que detrás de esa ignorancia (la de tod@s), está la sabiduría (la de tod@s). Y aparece el silencio. Te haces consciente de que no sabes nada, pero que en realidad sabes todo lo que necesitas saber. Todo el conocimiento que necesitas para vivir el instante que estás viviendo ya lo tienes. Y esa voz interna que siempre nos trata de convencer de que tenemos interpretar esta cosa de este modo, que debemos decir ahora tal o cual cosa, hacer tal o cual otra, o ir allí o allá, por nuestro bien, porque es de cajón, porque lo hemos aprendido, porque sabemos que esa opción es la mejor y porque debemos desmotrarnos y demostrar a los demás nuestro saber... esa voz, de repente se calla. Y ya no tiene sentido su mensaje.
Y entonces te sumerges en el silencio, respiras, y te descubres aquí mismo, ahora mismo, siendo... y ya no necesitas absolutamente nada más.
Después de un rato te das cuenta de que estás en este mundo, que tienes tus tareas pendientes, que se te hace tarde, que bla, bla bla, y que vuelven las voces... Y vale, desconectas del silencio, te dejas envolver de nuevo por el ruido y vuelves al mundo, porque sabes que estás vivo todavía, porque sabes que no has muerto, y te auto convences de que hay que seguir avanzando.
Y sigues fluyendo en el mundo, consciente esta vez de tu ignorancia integrada, desde otro lugar al de antes, mirando a la vida con otro punto de vista. Y te descubres esbozando una sonrisa, feliz por ser así, como eres. Y ¿no se trata al final de eso? ¿De ser más feliz?