Las personas gozamos de unas capacidades cerebrales asombrosas, a través de las cuales podemos recordar lo que ya ha ocurrido, y además imaginar lo que aún no ha llegado, lo que nos facilita enormemente movernos como individuos en nuestro mundo. Sin embargo, estas capacidades se convierten en un arma de doble filo al ponernos frente al peligro de olvidarnos del momento presente. Si un día caemos en esa trampa, nos desconectamos del único instante que podemos vivir realmente. Cuando esto ocurre perdemos entonces la conexión real con otras personas e incluso con nuestro propio ser.
Mucha gente permanece reviviendo en su mente una y otra vez su pasado, ya sea porque lo interpretan como muy malo o bien como muy bueno. En ambos casos lo muestran continuamente ante l@s demás para que sepan lo que hizo, lo que vivió, lo que fue... Y en ningún caso lo hacen disfrutando de esos recuerdos, sino siempre desde la melancolía o el sufrimiento, porque aquella experiencia dejó de ser y solo allí fueron felices. O bien, al contrario, porque esa experiencia les hizo sufrir tanto que les convierte en importantes, en víctimas eternas.
Otra gente, en cambio, condiciona su felicidad a un instante que está por llegar. Creen que serán felices cuando consigan ese trabajo, cuando encuentren pareja, cuando tengan un hijo, cuando gobierne tal partido, cuando visite aquel lugar... Estas personas viven continuamente en un presente oscuro y triste que creen que no merece ser vivido, ya que según sus interpretaciones no tiene la capacidad de hacerles felices. Esta creencia les termina por ocultar toda la magia de la vida que sucede cada día, de la cual no son siquiera conscientes.
Mantener estas creencias a lo largo del tiempo conlleva el riesgo de hacernos desconectar de parcelas de nosotr@s mism@s que son tremendamente importantes, al tiempo que nos dificulta crear o mantener relaciones sanas y satisfactorias con los demás. Y estos problemas en nuestras relaciones, reforzará nuestras creencias de que antes era mejor, o de lo perfecta que será mi vida cuando esta situación se consolide, o llegue a ese lugar que yo considero mejor que el actual, aquél en el que encontraré mi felicidad.
Mientras me lamento de lo que ya no tengo o de lo que viví, y mientras sueño con la felicidad del futuro, me estoy perdiendo la oportunidad de conectar con la persona que tengo delante, de percibir que este momento es el único que existe y de que disfrutarlo es el único camino para experimentar mi vida de manera satisfactoria. Me estoy perdiendo la única oportunidad que tengo de ser feliz.
Si mantenemos ese estado durante mucho tiempo, llegaremos incluso a tener dificultades para darnos cuenta de que no vivimos el presente, de que nuestras relaciones ya no son auténticas. La única pista que tenemos de que algo sucede es que ya no somos capaces de disfrutar de las relaciones. ¿Por qué razón? La mayoría buscará la explicación más fácil y culpará a su pareja de esa situación. Y en realidad estará señalado fuera de sí, hará responsable a otra persona de su propia incapacidad de disfrutar la relación, de disfrutar el momento presente.
El problema de fondo, en realidad, es que se habrá perdido la conexión con nuestra propia esencia, con esa parte que se da permiso a ser quien es y a compartirlo con los demás. Al estar en desconexión, tampoco seremos capaces de percibir siquiera nuestra responsabilidad en el proceso. Sentiremos algo, sí, pero ni siquiera sabremos ponerle nombre, lo que aumentará nuestro estado de confusión.
La buena noticia es que los seres humanos tenemos la capacidad de conectar y disfrutar en cualquier momento del instante presente. Al hacerlo, nuestra mente sitúa el pasado y el futuro en sus lugares correspondientes, y de ese modo veremos que es posible recordar y planificar sin dependecia a lo externo, sin estar a expensas de otras personas o de situaciones ajenas al presente. Vivir el presente supone concatenar lo que fuimos ayer, con lo que soy ahora y con lo que seré mañana.
Hay varios métodos para traer nuestra mente de nuevo al momento presente, como por ejemplo, la meditación. Otro sistema es poner la atención plena a nuestros sentidos: vista, olfato, oído, gusto, sensación de temperatura, y uno fundamental: el contacto físico con otro ser vivo.
Es por eso que existen terapias para combatir la depresión (o vivir en el pasado) y la ansiedad (o vivir en el futuro), que consisten en facilitar el contacto de la persona enferma con animales, para que los pueda acariciar y sienta su calor y su amor a través de sus manos. Su efectividad está más que comprobada y la explicación no es otra cosa que las mentes de estas personas vuelven a entrar en sintonía con su presente, disipando los males que les aquejaban.
Pero ¿y qué ocurre entonces si llevamos esta capacidad para traernos al presente que nos otorga nuestro sentido del tacto y el contacto, y la llevamos a su máxima expresión, en el ámbito de la intimidad y la sexualidad?
Durante las sesiones de masaje emocional y tántrico que he realizado a lo largo de mi vida, he encontrado muy diversas e intensas experiencias, pero me tocó el corazón aquella ocasión en la que una mujer acostada en la camilla me reconoció que le vino a su mente imágenes de su más tierna infancia, cuando era acariciada con amor incondicional por su madre; recordar ese estado de protección, seguridad y tranquilidad plena que creía que nunca más iba a poder sentir, le llevó a un estado emocionante de abandono al instante presente para sentir de nuevo todas aquellas sensaciones que tanto amaba.
Pero tampoco es necesario un toque tan sublime y consciente para atraer una mente al presente. Un simple abrazo, o coger a alguien de la mano, o incluso mirarle a los ojos, puede llevarnos al presente y conectar con lugares internos olvidados. Ese contacto inicia un proceso que parte de lo sensorial, la percepción de mi piel unida a la del otro, continúa con el nacimiento de una emoción, y termina con el juicio o con la interpretación que asociamos al encuentro. Todo esto sucede en el presente, aquí y ahora. Dejamos de recordar y de imaginar el futuro, y pasamos a ser solamente quienes somos en este instante, de manera real y auténtica.
Una de las razones por las que se pierde la conexión con un@ mism@ es el hábito aprendido de desvincularse de las propias emociones. Al considerarlas una fábrica de problemas y al almacenarlas por ese motivo en un segundo plano, estamos renunciando, en realidad, a una parte importante de nosotr@s mism@s.
Por eso es fundamental aprender a volver a conectar con nuestras emociones, a sentir el momento presente para hacernos consciente de lo que siente nuestro cuerpo y nuestro corazón. Cuando se recupera la capacidad de estar conectad@s con nosotr@s mism@s, inevitablemente se escuchan mejor los propios deseos y la razón real de por qué los deseamos, nos relacionamos de manera sana (al fin) con el pasado y con el futuro; dejamos de lamentarnos por las cosas que no salieron como esperábamos y dejamos de esperar que alguna situación futura nos traiga nuestra ansiada felicidad. En ese momento, tal vez seamos capaces de darnos cuenta de las oportunidades que el instante presente nos regala. Por ejemplo, la oportunidad de descubrir quiénes somos en realidad, la oportunidad de conectar con otras personas y con su esencia (que es la nuestra propia), la oportunidad de reconocernos en l@s demás a través de las relaciones que vivamos con ell@s, la oportunidad de provocar encuentros significativos y fructíferos, o la oportunidad de ser creativ@s y de vivir como realmente deseamos, disfrutando por fin de nuestras vidas, siendo felices no en el futuro ni en otro lugar, sino aquí y ahora: en este preciso lugar, en este preciso instante.