Probablemente escuchar la palabra sexualidad provoque en ti sensaciones contradictorias. Quizás un cierto morbo, o pudor, o nerviosismo... En fin, cierta incomodidad. O también puede evocar una fantasía, sabor a placer o incluso excitación corporal. Sin embargo, en la mayoría de los casos, sea lo que sea lo que sentimos o pensamos, resultará tan perturbador que tenderemos a ocultarlo.
No es de extrañar que la sexualidad todavía nos haga sentir incómodos. Hemos crecido desde niños en la cultura del silencio, de la culpa y de la vergüenza respecto al sexo. Hemos inhalado y adherido a nuestro sistema de creencias la prohibición en relación al autoplacer, la negación del deseo cuando lo consideramos inapropiado, la vergüenza de expresar el placer sexual con espontaneidad, la comparación y medición de los cuerpos, de sus tamaños, formas, texturas y colores.
Todavía nos cuesta hablar de sexualidad a nuestros hijos. Fantaseamos situaciones sexuales que pueden llegar a ser obsesivas. Nos avergonzamos cuando no damos la talla en nuestras relaciones y despues nos culpamos por ello, o por el contrario hablamos de logros, o bien inexistentes o bien forzados.
En paralelo en nuestro paisaje social, nos encontramos por un lado al amor romántico y dependiente, en donde el sexo se incluye bajo ciertos parámetros, como por ejemplo un grado muy alto de emocionalidad; y por el otro, modelos de sexualidad muy precisos y limitados, como la pornografía.
El sexo durante siglos ha sido usado sin consciencia, ausente de sabiduría y de amor.
La herencia judeocristiana de la cual somos hijos, proclama que el sexo debe de ser usado para engendrar hijos dentro de un matrimonio y por tanto condena cualquier manifestación de la energía sexual que no se ajusta a este fin. Adán y Eva inauguran una nueva etapa histórica, cuando desobedecen a Dios y son castigados con la expulsión del Paraíso. Se termina el candor y la pureza de la vida en el Edén y comienza nuestra historia de dolor, sufimiento, enfermedad y vergüenza. Cae una gran mancha oscura en el mantel blanco inmaculado, y la sexualidad entra en el campo de lo oscuro, prohibido y pervertido.
Hombres y mujeres cargados de programas y condicionamientos construyen una idea de cómo debe ser el sexo, sacrificando sin saberlo, la impoluta inocencia de la energía sexual.
Tantra llega para rescatar el Paraíso perdido, restituir la culpa y sanar la vergüenza. Con su extremada sencillez, nos invita a levantar las pesadas piedras que representan nuestras memorias conscientes e inconscientes, para poder zambullirnos ligeros en nuevas aguas frescas, como inocentes y juguetones niños. No se trata de libertinaje, ni de sexo libre en grupo, ni de cualquier otra fantasía fruto de las represiones actuales.
Siendo la energía sexual, la más poderosa que tenemos, cuando no es empleada con consciencia, puede dejar huellas oscuras, como así ha venido ocurriendo desde siglos y siglos. Es debido a esta inconsciencia que el ser humano, ha caido en los pozos de la humillación, la manipulación y la violencia; o por el contrario en los del hedonismo y abandono de sí mismo, a cambio de la obtención de placeres carnales.
La propuesta de tantra es rotunda: traer consciencia y meditación a cada momento, a cada segundo de nuestra experiencia de vida, sea cual sea en la que estamos sumergidos.
La consciencia es lo que permite que la salvaje energía sexual, sea reconducida para que entre los dos suceda la magia de la elevación hacia el amor y hacia el éxtasis. Se produce un salto desde la sexualidad dominada por pulsiones y emociones, a la sexualidad consciente, en donde el hombre y la mujer, refinados en su darse cuenta, se hacen cargo de sí mismos. Despojada la sexualidad de culpa, renace pues limpia y puede ser vivida desde la más pura entrega y deleite.
La energía sexual, no es ni buena ni mala y en eso precisamente consiste su inocencia.
La vida se origina gracias a ella.
Es vida en sí misma, es pulsión universal y por ello es santa.
Es la llave al placer, el gozo y al éxtasis, al sentimiento de Unidad.
Ella es intensa, loca, suave, dulce, creativa, juguetona, rabiosa, poderosa. La consciencia llega para abrazarla, le permite ser y al mismo tiempo le ofrece el camino de lo sublime. La consciencia la contiene con su presencia, deja que la energía baile, ría o llore, y siempre está serena y atenta.
Si tanto el hombre como la mujer aprenden a experienciar primero su propia energia sexual sin juicios, sin dogmas, sin presión, ni exigencia, al mismo tiempo que desarrollan consciencia sobre ella, es decir, atestiguándola, estando presente en cada momento, en cada respiración, entonces florece toda su belleza e inocencia.
Tantra nos brinda un hermoso camino de desprogramación para devolver al cuerpo su autoridad natural. Ocurre la luminosa sanación cuando permitimos que el sistema nervioso que hasta ahora estaba crispado y alerta, se relaje tan profundamente que la energía sexual pueda emerger inocente, sin absolutamente ninguna carga de expectativas. Gracias a la total amorosidad de la presencia, irá renaciendo libre. Cuando el cuerpo y la mente se relajan y las emociones son permitidas, se abre el maravilloso corazón.
No hay sanación sin amor. Es el amor lo que santifica la sexualidad.
Esto significa un tiempo necesario de proceso.
Para que el cuerpo despierte a su verdadera naturaleza, necesita confianza, calma y amor.
Multitud de disfunciones derivadas de tantos condicionamientos, como la eyaculación precoz o la falta de erección en los hombres; o la ausencia de deseo, vaginismo o anorgasmia en las mujeres; son resueltas, cuando el cuerpo es liberado de tantos códigos y expectativas. El camino tántrico te enseña a liberar con consciencia tu energía vital-sexual pura e inocente, para que pueda desplegarse en su propio gozo intrínseco y vibrar en sus más sublimes notas.
¡Ojalá llegue el día en que la palabra sexualidad produzca en nosotros una sonrisa interna de reconocimiento y de honramiento hacia sus bendiciones!