La mayoría de la humanidad considera que ser padres es traer al mundo una nueva vida, engendrar un cuerpo con una mente y un emocional.
Pero la realidad es mucho más mágica y expansiva.
Cuando un ser decide encarnar también decide en qué familia lo hará, en qué momento descenderá y en qué lugar. Todo eso formará parte de su personalidad y le ayudará a realizar su misión y a aprender las lecciones que haya elegido esta vez.
El ADN que le otorgan el padre y la madre contiene no sólo información genética que le proveerá de una determinada configuración física con unas habilidades y limitaciones concretas sino que lleva consigo también su codificación energética. Dentro de ese ADN van todos los códigos energéticos que contienen información de vidas pasadas, de dones ya manifestados en otras vidas, planeta de origen, familia álmica y toda la carga ancestral del linaje al que ha elegido pertenecer en esta encarnación, aquellos retos que están pendientes de ser cumplidos por su clan y que descansan en su ADN y también sus fortalezas, aquellas que le impulsarán hacia la vida y que le permitirán conectarse con mayor facilidad a las aptitudes que ha decidido manifestar.
Cuando llega el momento del nacimiento, esa conciencia que llega a la vida en este planeta azul es invadida por una especie de sueño que le adormece y le dificultará recordar quién es, qué ha venido a hacer, de dónde viene. El olvido forma parte de las reglas del juego en La Tierra como herramienta de crecimiento y experimentación.
La energía del ser que llega se conecta con la energía de la madre mucho antes de que se produzca la fecundación. Un pequeño hilo de luz les conecta y va preparando energéticamente el cuerpo de la madre para que se vaya acomodando a la energía del ser que va a encarnar a través de ella.
En el momento en que se produce la fecundación la energía del ser que vuelve al planeta, su esencia misma, se precipita a unos planos que se encuentran en una dimensión más cercana a la dimensión en la que vibra la madre, para estar así más cerca de ella e ir poco a poco adaptándose a ese nivel vibratorio que tanto les perturba y les confunde porque en esos planos la luz no se expresa con tanta intensidad.
Permanecerá en esa dimensión cercana a la de su madre hasta el momento previo al nacimiento. Días u horas antes deberá descender de nuevo de dimensión para ingresar en la dimensión en la que vibra su madre y en ese momento comienza a aparecer el sueño. Este adormecimiento también es una medida de protección para el ser que nace ya que le hace más sencillo la adaptación a esa dimensión menos vibrante y le facilita el difícil trance del nacimiento.
Es a partir del nacimiento cuando comienza la aventura de recordar y es cuando los padres de ese nuevo ser que ha llegado empiezan su labor imprescindible de ayudarle a extender sus alas, de animarle a seguir su intuición y los instintos que nacen de su corazón y no aplacarlos con normas y protocolos socialmente establecidos; ellos serán los encargados de enseñarle a reconocer esa voz que le habla desde dentro, que le orienta sobre el camino a seguir, que le habla de quién es y a qué ha venido.
La buena noticia es que las nuevas generaciones que comienzan a llegar están menos dormidas, su sueño es más ligero y por eso la información está más accesible para ellas; traen sus dones activados y tienen una conexión mucho más clara y cercana con el otro lado del velo.
El hilo de luz a través del que se conecta con la madre permanecerá intacto al menos hasta la edad de 7 u 8 años (dependiendo de la evolución de cada individuo) y a partir de ahí perderá fuerza a medida que el niño o niña va siendo más independiente. Se irá debilitando poco a poco hasta que se haga autónomo y corte la conexión entre su madre y él. Entonces ese hilo de luz se convierte en una esfera de luz alrededor de la madre que le servirá a ella como una especie de radar para intuir en todo momento cómo se encuentra su hijo y al hijo le ayudará a sentir que el amor de su madre permanecerá siempre. Aunque ese óvalo de luz no siempre brilla con la misma intensidad; dependerá de la relación que hayan generado la madre y el hijo, de lo firme que se sienta la madre ejerciendo su papel, etc
En el caso del padre, la conexión energética se hace de manera diferente. Aunque él también aporta parte de los códigos energéticos y genéticos del ser que nace, será con el amor incondicional que le profese como conseguirá generar los lazos energéticos que les conecten de corazón a corazón.
A medida que la familia como tal vaya avanzando se irá generando entre ellos una especie de huevo energético que mantendrá las conexiones unidas, mantendrá ese amor a salvo y logrará que energéticamente siempre esté presente. Incluso en una separación del matrimonio ese huevo energético permanece por siempre aunque sea en menor medida.
En el caso de la adopción ese huevo energético tarda más en formarse ya que los padres y madres adoptivos no aportan los códigos genéticos ni energéticos. Dependerá de la calidad del amor que manifieste esa familia que tardará más o menos en formarse. Pero nada en la creación es mejor ni peor, porque todo lo que procede del amor es perfecto, por lo que una vez formado el huevo energético que sostendrá a la familia su función será la misma que en las familias con aportación genética.